martes, 20 de julio de 2010

Encuentro

Estaba parado en esa esquina como lo hacía cada tarde a la misma hora. Siempre aguardaba que salieran todos, esa espera que se hace interminable cuando hasta los segundos cuentan. No la veía desde el día anterior en que solamente pudo oler su pelo a la pasada, olor a manzana y canela. Ella no sospechó nada, ninguna vez que él estuvo ahí observándola. Pasó junto a él, sin verle siquiera, rodeada de sus amigas conversando y riendo, sin mirarlo un sólo momento.

Para él, eso era habitual, hacía un año que ya venía rondándole la idea, pero no se había atrevido a tomar la desición de estar tan cerca de ella, para verla cada día.

Era tan linda, tan grácil, tan delicada en sus facciones; como no amarla, como no querer estar junto a ella, escucharla hablar horas, y mirarla atento a sus ojos color almendra, pero solamente hace unos días atrás, había ido concretamente a verla para conocerla en persona, y si se podía, hablarle.

No era fácil, nada fácil, se sentía tan torpe delante de ella cuando la veía venir. Le temblaban las piernas, los brazos se sentían pesados; tenía la impresión que no podría ni hablar, si es que se animaba para algún saludo que fuese; torpe, esa es la palabra, se ponía torpe, y le sudaban las manos. Si ella lo notaba así, sería un completo fracaso, un ¡desastre!. La idea era proyectarse fuerte, equilibrado, serio; a la vez que tierno, sereno, y protector.

Pero ¡nada! La veía y caía en ese estado turbio una y otra vez. ¿Cómo lo haré entonces? Era su dilema cada día que volvía para hacer ese contacto. Y ahí estaba hoy, luchando consigo mismo, para por lo menos balbucear un hola, cuando ella pasara. Se ánimo así mismo; aclaró la garganta, se paró erguido y tomó suficiente aire, controló su mente, respiró profundo, hasta que se sintió totalmente sereno. Hoy debo hacerlo, se decía así mismo, hoy debo ser capaz de romper este silencio; Ya una vez caí parado en mi propia tumba, pero hoy será diferente, hoy debo levantarme desde esa misma tumba y enfrentar mi vida, más vivo que nunca, no más tumbas, ahora sé lo que quiero realmente y ella es parte fundamental de esta vida, que quiero remediar.

Ella pasó justo en ese momento, y por única vez, después de tanto tiempo le miró. Él sintió que caería, pero se contuvo y con una voz que no parecía venir desde su garganta le dijo: Hola, mi nombre es Rodrigo San Fuentes, y soy tu padre… he venido para conocerte. Tan pronto dijo eso, sintió que se desmayaría, pero ella le tomó el brazo, y le dijo con una voz muy dulce: Mi nombre es Mariana, y siempre supe… quien eras.

Anouna
Una mirada a la Vida

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