miércoles, 7 de julio de 2010

La mora

Es la oscuridad de este sitio lo que me molesta. No soy capaz de verme a mí misma. Me toco con la mano el rostro, localizo mis ojos, mi nariz, mi boca, mis dientes, el cuello. Bajo hacia el pecho dolorido -me han pegado mucho antes de meterme aquí- y palpo una herida en mi pezón izquierdo. El estómago me duele del hambre que estoy pasando. Acurrucada en un escueto zulo, construído expresamente para mí, ya tengo entumecidas las rodillas, no siento los tobillos, y los pies, como de corcho, no me sostendrían si pudiera levantarme.
Me trajeron del norte de África donde vivía miserablemente. Un militar español, destinado en la guerra de Marruecos, me ofrecía pan algunas veces. A cambio de sexo, claro. No tenía opciones. Cuando me propuso venirme con él, abandoné mi país sin añoranza, sin tristeza, con esperanza de tener una vida mejor. Yo le daba todo lo que él quería. La mora, me llamaban en el pueblo. Comía todos los días a cambio de fregar su casa, lavar su ropa, guisarle y darle gusto en la cama de la forma que él pidiera. No era mucho. Podía soportarlo y tenía comida y una cama caliente. No sé qué hice mal pero un día, aciago y de mal aguero, vino borracho a casa, tiró la comida que le había preparado, se quitó la correa de cuero y me pegó con ella.
Tendida en un rincón del corral, limpié mis heridas como pude con un cubo de agua y unos trozos de sábana vieja. Nadie se preocupó por mí. Nadie me echó de menos los días que falté al mercado. Él comenzó a decir que me iba a enviar de vuelta a mi país. Yo no comprendía por qué anunciaba algo que no era verdad. No me había comunicado nada. Fue cuando el golpe de estado de Primo de Rivera.
Me tuvo días enteros sin salir a la calle. En un ángulo del corral fue construyendo un cubículo minúsculo. No me atreví a preguntar; los golpes se habían hecho habituales y no quería provocar su ira. A media construcción me mandó llamar y acudí. Me obligó a entrar y acabó de tapar el hueco. Me ha emparedado y aquí estoy, en posición fetal, ansiando que llegue la liberación de mi muerte. Le oigo por el tabiquillo, que va acabando los trabajos y pintando el recinto para que no se note. Ni siquiera grito ¿para qué? Nadie me oiría. Me estoy desesperando. No sé cuánto tiempo llevo aquí. Me meso el cabello y se me queda entre los dedos, me araño la piel entre gemidos de gato y mi tiempo se acaba.
OOOOOOOO
- ¿Qué es esto que hay aquí?
- Será una despensa o algún cuarto para guardar aperos. Sigue dando con el pico y tira el tabique.
- No, ven, hay algo raro.
- Coño, es como una momia doblada que vi una vez en un museo
- Espera, mira. Hay restos de pelo por el suelo, la ropa está a jirones y a las manos, crispadas, se les han caído algunas falanges de los dedos. Parece cubierta de pergamino negro.
- Joer! Vámonos a casa. Mañana llamaremos a la Guardia Civil que hoy es el partido de la semifinal del Mundial de Futbol y quiero ver cómo queda España.

2 comentarios:

  1. Tal vez siempre ha existido el machismo cruel, degradante, injustificado siempre, horrible, condenable. La crudeza de la narración, creo que pretende despertar la conciencia y la sensibilidad frente a este problema. ¿Tiene alguna explicación este tipo de abusos y de violencia? La locura e insensatez de algunos hombres que no merecen el nombre de tales. Me he quedado horrorizado e impactado, aparte de descubrir una deliciosa literatura en la que el autor se revela como un maestro. Mi felicitación. Carpio.

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  2. Arnau, me tienes maravillado: No esperaba encontrar esto,que por cierto me ha gustado.
    He elido todos tus blogs y me han encantado. Solo me faltaba encontrarte ahora.
    Encuentro que tienes inquietudes y te preucupas por la faceta social de las persona.
    Si hubiera mucha gente asi el mundo seria otra cosa.
    Ademas predicas con el ejemplo, aunque a veces no estoy de acuerdo con tus teorias(las menos).Eres HONRADA.Sigue así y se constante como los Osos

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