martes, 16 de noviembre de 2010

Una pena que murieras.

Es una pena que murieras, Kirchner.
Este no es el final que yo deseaba.
Tu corcel desbocado de ambiciones
Se estrelló cuando menos lo esperabas.
La muerte no perdona ni a los reyes.
Para morir solo basta que estés vivo
Y a veces se solaza con algunos
Por su soberbia y su talante altivo.

Tu mortaja será igual que todas
Sin oropeles y ningún bolsillo.
Así que tu riqueza acumulada,
Para vos ya sin sentido.
Tu muerte no me alegra, te lo juro,
Porque pensaba en un final distinto:
Rindiendo cuentas a mi patria amada
De la perversidad de tus caprichos.

Aunque quisiera no me aflora el llanto,
Es infinita la lista que analizo,
De odios, de rencores, de venganzas
De avaricia insaciable y sin sentido.
Es imposible enumerarlas todas
Porque llega la lista al infinito
Comenzando allá lejos y en tus pagos
Donde dejaste a montones sin su nido.

Yo quisiera llorar, pero no puedo.
Cuando lo intento se aparece un niño
Con los mocos colgando y harapiento
Porque vive en el norte y es un indio.
Repartiste millones, no los tuyos
Multiplicados a increíble ritmo,
Pero siempre cargados de impudicia,
De corrupción, de sobornos y de vicios.

Elegiste las heces de mi pueblo
Y los llevaste a gobernar contigo
Por eso el mal olor que emanan todos
Denuncian un sistema corrompido.
Al campo lo querías de rodillas,
Y querías ver preso al periodismo,
Peleado con el clero y con el Papa,
Con Europa y con todos los vecinos.

¡Basta, por Dios! ¡Fue Dios quien dijo basta!
Pidió tu extradición y se la dimos.
Allá te juzgarán, pero cuidado,
No será de Oyarbide el veredicto.
Yo quisiera llorar, pero no puedo.
Al Supremo Hacedor perdón le pido.
No deseo la muerte para nadie.
Que lo juzgue el Señor como es De Vido.


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