Se despertó a las seis para desenredarse minuciosamente el pelo con el cepillo de cabo roto y cerdas durísimas. La cabellera le llegaba casi por la cintura, pero le estaba dando en ese momento el último alisado, el toque de despedida. Antes de fin de año trocó su melena ondulada por algo de dinero con que celebrar las Navidades. “Se compra pelo”, podía leerse en la puerta del estrecho pasillo donde entró sin meditarlo mucho. Dos peluqueras le tasaron la melena por los centímetros que exhibía, la copiosidad y especialmente por lo bien cuidada que estaba. Llegó a aquel lugar temprano en la mañana con un moño largo y salió después del mediodía con apenas una pelusa detrás de las orejas. A cambio obtuvo una interesante suma de pesos convertibles con la cual consiguió carne de cerdo, sidra, tomates y ayudó a su madre a reparar la prótesis dental. “Ya crecerá”, consoló al novio cuando éste la vio por primera vez después de aquel desmoche. “Es que me cayó una plaga de piojos y me lo corté” —le mintió.
“Si antes te quería, era por el pelo, ahora que estas pelona, ya no te quiero”.
(Canción infantil)
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El mercado del pelo gana fuerza en una nación que oscila entre los imperativos de la coquetería y las dificultades materiales. En la alta noche habanera, una buena parte de los peinados audaces que se ven en las calles se logran gracias a extensiones y añadidos. Los compradores con más recursos buscan cabelleras que no hayan sido teñidas y especialmente que provengan de mujeres jóvenes. Algunos de estos comerciantes viajan hasta los pueblos pequeños, sabiendo que allí pueden encontrar la mercancía a precios más baratos, eventuales vendedoras más desesperadas. En manos de los estilistas, las también llamadas “mechas” son pegadas mechoncito por mechoncito sobre la nueva cabeza de acogida, en un proceso que demora horas. Aunque también se utilizan mechones sintéticos, los de origen natural son muy demandados y mejor pagados. Se importan desde La Florida, Ecuador, México y resultan un pedido recurrente a los parientes que viajan al extranjero.
Ahora mismo, el único capital económico de muchas féminas en este país brota de su cuero cabelludo. Si la situación se pone difícil, siempre habrá alguien interesado en comprarles la melena, en intercambiar tijeretazos por dinero.
(*) Por Yoani Sánchez.
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