Salí de aquel país esposado, deportado y sin pasaporte, acompañado por un asesor de mi embajada, quien me empujaba con desprecio y me miraba como si yo fuera el mayor indeseable que jamás se había cruzado en su camino. En aquel diminuto aeropuerto estábamos solos, ninguno de mis compañeros de viaje vino a despedirse, de hecho nunca he vuelto a saber de ellos, es posible sigan viviendo en su mundo de voluntariado, creyendo que cambiarán las cosas, creyendo que las están cambiando.
En el silencio forzado de aquel espacio, se escuchó una voz: "!!Monsieur, monsieur¡¡". Mi acompañante se volvíó hacia la persona que así hablaba, yo permanecí cabizbajo sin alzar la vista, "¿Oui?" le oí decir a éste, "Qu'est-ce qui se passe?" siguió, la voz dijo: "Ce n'est pas vous, non, c'est le détenu".
Entonces la miré, pues de una mujer se trataba, una nativa, una madre, alguien que quería hablar conmigo, mientras sostenía a su bebé en brazos. Abandonaré el francés en que se expresaba para que os sea más facil comprenderla:
"Tengo tres hijos más -dijo a continuación, mientras me miraba de frente- los tres estan al otro lado, con sus familias, vengo a decirte, español, que lleves esos grilletes con orgullo y con la cabeza alta, para los tuyos eres un preso, para los míos, eres un hermano, nunca lo olvides, y si un día no quieres ser español, busca en tu interior tu corazón africano, ahora te vas, un día volverás y será un día de fiesta para mi pueblo, no te olvidaremos".
Quise contestar, quise decirle a aquella mujer que yo no era nadie, que no había hecho nada para merecer su agradecimiento, no pude, tenía un nudo marinero en la garganta y un peso en el estomago, tenía miedo de decir algo equivocado, tenía miedo de romper a llorar como un niño. Mi acompañante se levantó y quiso sacar a la mujer de la estancia, acudieron dos empleados que lo ayudaron a hacerlo, y justo antes de que ella atravesara la puerta sin dejar de mirarme, me levanté, alcé las manos esposadas hacia el techo y grité "âme africaine,âme africaine¡¡" hasta que desapareció de mi vista y me "invitaron" a sentarme y a callarme. Recorrí el trayecto hacia el avión, derecho, con la barbilla erguida, jubiloso mientras me repetía a mi mismo aquellas palabras "!!corazón africano, corazón africano¡¡"
Han pasado muchos años desde aquel momento, nunca he vuelto a aquel pequeño país, nunca he vuelto a sentir el corazón tan acelerado, como la noche que robé aquel camión de provisiones de la Cruz Roja, el mismo camión con el que crucé las alambradas que separaban nuestro campamento del de los refugiados, aquel fantástico camión que durante unos minutos fué mi carro de fuego, mi Babieca. Aquella noche los soldados dispararon al dragón que se les venía encima, aún más asustados que yo, sin comprender como había llegado hasta allí aquel vehiculo, sus ordenes habían sido claras, ningún convoy de provisiones cruzaría su frontera para ayudar a sus enemigos, la Cruz Roja nos dijo que no podíamos hacer nada, nuestra organización nos dijo que lo importante y fundamental, era nuestra seguridad, y mientras tanto, al otro lado estaba el hambre, y a nuestro lado, el remedio.Aún sonrio, cuando lo recuerdo, aún alzo mis manos y bailo mientras tarareo aquel mantra que la nativa me obsequió: "âme africaine,âme africaine¡¡" Mil veces canta, mi corazón africano.
Saludos, desde muy al sur.
Picapiedra
Se le pone a uno la carne de gallina leyendo esto, poco mas hay que decir y eso que no es lo mismo leerlo que vivirlo.
ResponderEliminarUn saludo.
Dari.
mas personas como tu, harian de este mundo un paraiso, al menos habría mas equidad.
ResponderEliminardejo mi abrazo para ti valiente.
Tremenda historia. Menos mal que ninguno de los soldados que le dispararon al dragón, le acertaron al corazón.
ResponderEliminarUna historia muy bonita. Tan bien contada que nos hemos sentido africanos por un momento. Gracias por la narración.
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