miércoles, 11 de agosto de 2010

mis yoes

Te lo cuento con música





Mis yoes


Lo estoy esperando agazapado tras este muro: porque sé que va a pasar por acá, lo sé porque lo estuve siguiendo y allí viene; viste como yo, camina como yo, habla como yo; pero no soy yo; aunque nadie nos distinga, ese no soy yo y apenas pasa junto al muro me pongo de pie y lo encaro, el no puede creer lo que ve, intenta decir algo pero no le doy tiempo, de inmediato clavo la afilada hoja en su cuello y corro asustado, ya que por un momento, creí sentir esa puñalada en mi propio cuello y mientras corro, lo espeso de la sangre baja por mi garganta, toso, y sólo para cerciorarme, toqué mi yugular: estoy sano. Tiré el cuchillo en un basural y seguí a pie hasta llegar a casa; entré en silencio, no quería molestarla, fui hasta su cuarto y la vi, sentada en su silla, mirando nada, de espaldas a mí:


-¡Papi papi… volviste!


Si yo no hablé, ¿cómo supo que era yo?, habrá sido por mi olor… el sonido de mis pasos… ¿tanto así me conoce?; y corrió a abrazarme:


-¿Me trajiste los dulces que me prometiste?


-No… disculpáme, en el apuro se me olvidó


Le dije mientras pensaba:(ese desgraciado le prometió dulces, ¿qué más le habrá prometido?), espero que no haya sido como el otro, aquel otro, el primero que he matado de una larga lista; aquel la lastimaba, era el peor de todos, por eso, lo arrastré con rabia hasta el bote y lo arrojé allá, en medio de aquel lago profundo, con mucho peso y aún vivo, para que sufra. Sí, el primero fue por venganza, y el resto: sólo por perfeccionamiento. Recuerdo el sabor del agua salada entrando por mis narices, recuerdo la desesperación y todo a mi alrededor… se puso negro; casi muero en el bote aquel día, pero yo sobreviví, y el no. Al llegar a casa, mojado aún, la encontré como era habitual: escuchando la radio, y al correr hacia mí, pobrecita, pechó un mueble que aquel mal hombre había dejado en el camino, yo corrí hacia ella y la tomé en brazos, la alcé, la puse contra mi pecho y viendo lo blanco de sus ojos le dije:


-Otra vez olvidé traerte los dulces, pero ya voy a buscarlos, vuelvo en seguida


Y salgo tan rápido de casa, tan apurado voy, que no me doy cuenta de que alguien me está siguiendo; pero si noté el plomo entrando por mis espaldas; al escuchar el segundo disparo, caí de rodillas y logré girar, para ver a mi asesino corriendo, dando grandes ancadas casi sin mover los brazos; tal y como lo hago yo: (tal vez sea mejor así), pensé, (tal vez él recuerde llevarle dulces, a mí pobre niña ciega)

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